11 julio 2010

Esperma: semen o simiente












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ὁ σπόρος ἐστὶν ὁ λόγος τοῦ Θεοῦ
Semen est verbum Dei 
El semen es el verbo de Dios 

Lucas, 8.11. 

verbum Diaboli semen illi fuit 
el verbo del Diablo semen fue para
ella
Tertuliano, De carne Christi, 17.6. 


καὶ τῷ σπέρματί σου, ὅς ἐστι Χριστός. 
Et semini tuo, qui est Christus.
Y a tu esperma, que es Cristo.


ἄχρις οὗ ἔλθῃ τὸ σπέρμα
donec veniret semen
hasta que viniera el semen 
Gálatas, 3.16,19. 

τοῦ θεοῦ σπέρμα, ὁ λόγος
el esperma de Dios, el Logos
San Justino, Apología I 32.8

Ergo iam dei filius ex patris dei semine, id est spiritu, ut esset et hominis filius caro ei sola erat ex hominis carne sumenda sine viri semine: vacabat enim semen viri apud habentem dei semen. 
Por tanto, como ya fuera hijo de Dios, del semen de Dios Padre, esto es, del Espíritu, y era hijo del hombre por la carne sola, de la carne del hombre tomada sin semen viril: en efecto, sobraba el semen viril ante quien tenía el semen de Dios. 
Tertuliano, De carne Christi, 18.2
 
Confert enim selectus Ianus aditum et quasi ianuam semini; confert selectus Saturnus semen ipsum; confert selectus Liber eiusdem seminis emissionen viris; confert hoc idem Libera, quae Ceres seu Venus est femini.
Confiere, en efecto, el selecto Jano la entrada y como puerta al semen; confiere el selecto Saturno el semen mismo; confiere el selecto Líber a su vez la emisión del semen a los varones; esto mismo confiere Líbera, que es Ceres o Venus, a las mujeres. 
San Agustín, Civitas Dei VII 3. 

Semen aeternitatis quod in se gerit, ad solam materiam cum irreductibile sit, contra mortem insurgit. 
La semilla de eternidad que lleva en sí, irreductible como es a la sola materia, se levanta contra la muerte.
Gaudium et Spes, 18

Verbum nempe Domini comparatur semini, quod in agro seminatur.., propia dein virtute semen germinat et increscit.
La palabra de Dios se compara a la semilla que se siembra en el campo.., después la semilla germina por su vigor interno y va creciendo.
Lumen Gentium, 5.
 


Est semen vitae aeternae et virtus resurrectionis 
Es semilla de vida eterna y poder de resurrección
Catecismo de la Iglesia Católica, 1524

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El Espíritu es el que da vida. 

Juan 6.63. 

El Espíritu de Dios, que representa para el hombre el principio vital.
Los Padres,
tanto orientales como occidentales, presentan al Espíritu santo como el agente que da la vida.
Comité Jubileo 2000, El Espíritu del Señor

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¿Qué es, pues, el esperma? Claramente el principio activo del animal, pues el principio material es la menstruación. 
Galeno, Sobre las facultades naturales 2.25
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En las etnias estudiadas a continuación, el semen del hombre juega el papel principal en cuanto a fecundación.
Así, los insulares de Dobu, en el Pacífico, piensan que el esperma emitido en el momento del orgasmo va a producir la coagulación de la sangre femenina y formar un feto. Este esperma es, dicen ellos, de la leche de nuez de coco que pasa a través del cuerpo del hombre. Si no se forma ningún bebé, la sangre, no coagulada, se expulsará en el flujo menstrual. La potencia del semen masculino es a veces tan fuerte que engendrará un ser, haya o no participación de la mujer. Esto es lo que sucede en los Wemenous de Benin. La responsabilidad corresponde al hombre. El niño es su "producto", la mujer no es más que el receptáculo... En los Dogon de Mali también, parece que la fecundación requiere una gran cantidad de esperma, aportado durante relaciones sexuales frecuentes. Este esperma que, como la sangre, circularía comúnmente por todo el cuerpo masculino, debe de ser voluntariamente desviado durante el coito. Los Cayapas en Ecuador piensan también que las relaciones sexuales repetidas son necesarias para la concepción de un niño. El "licor" del hombre no solo es necesario para dar la vida. Será, para algunos, una ayuda preciosa e irreemplazable para formar el feto, ayudar a su buen desarrollo. Es lo que piensan los Baruyas de Nueva Guinea por los que el esperma es juzgado alimento necesario al feto para que crezca in utero. A fin de recibir la cantidad seminal máxima, los Indianos txikaos de Brasil multiplican incluso sus relaciones sexuales con otras parejas. El marido no es pues el único genitor, sino que está asociado a otros a fin de completar el crecimiento del pequeñín. Es también el hombre el que da la vida gracias a su "agua de vida" (Jn 4.10; 7.38, Ap 22.1) en los Zafimanirys de Madagascar. Esta agua vendría del cerebro del padre (!Pitágoras y Alcmeón pensaban lo mismo!), pasaría por la médula espinal y se transformaría en esperma para "solidificarse" en feto. 

Lise Bartoli, Venir al mundo.

.El Espíritu santo que desciende sobre María y la envuelve es "aquel que da la vida"... María es madre, es decir, "fecunda", no según una necesidad humana o por una "lógica" biológica, sino porque está rendida de tal modo al Espíritu, que a El solo corresponde hacer presente y visible al Invisible, "dar carne al Verbo". María, para engendrar a Jesús, no tiene necesidad de intervención humana, siendo transparencia viviente del Espíritu: la fecundidad de su seno recibe la fuerza y la eficacia de El y sólo de El. Aquel que "crea y vivifica el universo", del cual sólo deriva la realidad digna de ser llamada "vida", ha vivificado el seno de María y ha hecho fecunda su virginidad.
María permanece para
siempre el prototipo y el modelo de la Iglesia en lo referente a su maternidad. María fue fecunda sólo por la fuerza del Espíritu. Como el Espíritu ha fecundado misteriosamente a la Virgen y ha generado a Cristo, así fecunda continuamente a su Esposa, la Iglesia.
 

Comité Jubileo 2000, El Espíritu del Señor
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El cristianismo no es algo definitivamente acabado, sino algo que crece y se desarrolla, es una semilla.
Karl Adam, Jesucristo


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Pues que había de lavar su vestido en la sangre de la uva era un preanuncio de la pasión, que él debía de padecer para purificar con su sangre a los que creyeran en él. Porque lo que el Espíritu divino llama por el profeta su vestido son los hombres que creen en él, en los que se halla el esperma de Dios, el Logos (τοῦ θεοῦ σπέρμα, ὁ λόγος). Y se habla también de la sangre de la uva significando que ciertamente tendría sangre el aparecido, pero no de esperma humano (οὐκ ἐξ ἀνθρωπείου σπέρματος) , sino de potencia divina.
San Justino, Apología I 32.8-9
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Y a quien bien lo considera, ¿qué cosa pudiera parecer más increíble que, de no estar nosotros en nuestro cuerpo, viéndolos representados en imagen, nos dijeran que de una menuda gota del semen humano (τῆς τοῦ ἀνθρωπείου σπέρματος) sea posible nacer huesos, tendones y carnes con la forma en que los vemos? Digámoslo, en efecto, por vía de suposición. Si vosotros no fuerais lo que sois y de quienes sois, y alguien os mostrara el semen humano (τὸ σπέρμα τὸ ἀνθρώπειον) y una imagen pintada de un hombre y os afirmara que ésta se formó de aquél, ¿acaso lo creeríais antes de verlo nacido? Nadie se atrevería a contradecirlo. Pues de la misma manera, por el hecho de no haber visto nunca resucitar a un muerto, la incredulidad os domina ahora. Mas al modo que al principio no hubierais creído que de una gota pequeña nacieran tales seres y, sin embargo, los veis nacidos; así, considerad que no es imposible que los cuerpos humanos, después de disueltos y esparcidos como espermas en la tierra (σπέρματον εἰς γῆν), resuciten a su tiempo por orden de Dios y se revistan de la incorrupción.

San Justino, Apología I.19
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En el primero de estos dos textos de san Justino se relacionan y contraponen el esperma humano y el divino, lo que equivale a afirmar que Jesucristo nunca pudo nacer como un hombre, como así lo reconoce el mismo Justino (Diálogo 54.2; 76.2), ya que ningún hombre puede nacer sin esperma, ni hace dos mil años había bancos de esperma de dioses.
En el texto segundo, donde se relaciona explícitamente el nacimiento y la resurrección, que para los cristianos primitivos era un segundo nacimiento (una metáfora del bautismo), el semen humano es identificado con la semilla vegetal. Para aquellos remotos hombres, con una mentalidad muy distinta de la nuestra, y para los griegos en general, semen y simiente o semilla eran idénticos y usaban la misma palabra para nombrarlos: esperma, σπέρμα, y el verbo sembrar, σπείρω, tenía también el sentido de “procrear”. Según Aristóteles, la función de la mayoría de los animales no es casi ninguna otra que producir, como las plantas, esperma y fruto (σπέρμα καὶ καρπός, Sobre la gen. de los ani., 717a; 731a). La identidad integral de la simiente humana y la vegetal se confirma por la arcaica idea de que el feto se desarrolla igual que una planta: desde el principio al fin es en todo semejante la naturaleza de lo que nace de la tierra y del hombre (Corpus Hippocraticum, Sobre la naturaleza del niño, 22; 27; Aristóteles, idem, 740a; SVF 756;757), porque toda carne es como hierba (1Pe 1.24), pero la carne de justicia y rectitud, haz con ella una planta de semilla eterna (1 Enoch 84.6). Seréis labrados y sembrados (Ez 36.9). No solo el feto, sino todo el hombre era visto como una planta, y esta imagen aparece repetidas veces en la Biblia: Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová. Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto (Jer 17.7-8, Sal 1.3, Is 11.1; 27.6, Ro 11.16-20). Todo árbol bueno produce frutos hermosos (Mt 7.17).
En el texto citado, san Justino se refiere explícitamente a la epístola 1Corintios 15, uno de los capítulos más cruciales de la literatura cristiana, donde aparece la misma identidad semen-simiente para explicar el misterio de la resurrección: ἑκάστῳ τῶν σπερμάτων τὸ ἴδιον σῶμα, unicuique seminum propium corpus, a cada uno de los espermas su propio cuerpo (1Co 15.38).
La parábola del grano de mostaza no es una lección de jardinería, escribía en el siglo pasado un teólogo fanático. Cuando los cristianos que redactaron los libros del NT utilizaban la palabra esperma, como en esta parábola (μικρότερος πάντων τῶν σπερμάτων, Mc 4.31, Mt 13.32,) no la usaban en un sentido metafórico o figurado, la palabra significaba exactamente lo que significa, el fluido seminal del hombre: el esperma (σπέρμα) mismo que ha sido depositado en el vientre (Clemente de Alejandría, Stromata 8.12).
τὸ δὲ καλὸν σπέρμα, οὗτοί εἰσιν οἱ υἱοὶ τῆς βασιλείας
Bonum vero semen, hi sunt filii regni
el buen semen son los hijos del Reino
(Mt 18.38)

Un hijo es siempre el esperma de su padre, y un hombre solo puede ser padre, es decir, tener hijos o descendencia, por el esperma, y éste solo puede llegar a la vagina por el falo erecto. Este hecho, que puede parecer un perogrullo a fuerza de elemental, no lo es tanto si se considera que está en la base del cristianismo y de toda religión. El Falo era (y es) identificado con el hombre en su totalidad, y como el hombre estaba hecho a imagen y semejanza de Dios (Gén 1.26, 5.1; 1Co 11.7, Stg 3.9, Bernabé, 5.5; 6.12), los hijos de Dios solo podían nacer gracias al esperma o semen místico de Dios: el Logos, el Verbo divino: τοῦ θεοῦ σπέρμα, ὁ λόγος, el esperma de Dios, el Logos (San Justino, Apología I 32.8).
Los judíos de Alejandría, que fueron los que inventaron a Jesucristo, tomaron la idea del Logos espermatikos de los estoicos. La palabra esperma, σπέρμα, aparece 43 veces en el NT, referida siempre, directa o indirectamente, a Jesucristo. Este Esperma divino salido de Dios (Jn 8.42, 16.27,28,30), del Falo cósmico, era el Hijo de Dios: y a todos los que le recibieron les dio potestad de ser hechos hijos de Dios, los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios, y aquél Verbo fue hecho carne y habitó en (ἐν) nosotros (Jn.1.12-14. Es sabido que el texto de Jn 1.13 ofrece dos lecciones. Una está en plural: los cuales.. La otra está en singular: "el cual [o sea, el Verbo] no de la sangre... La lectura en singular es la más antigua y la más difundida. Este cambio fue hecho ¡¡por los gnósticos!! S. de Fiores, Diccionario de mariología p. 1991s). Si los hijos de Dios no eran engendrados por voluntad de carne o de varón, es obvio que el Hijo de Dios por excelencia tampoco pudo serlo, es decir, Jesucristo nunca existió, no fue un hombre real porque no nació de esperma de hombre, οὐκ ἔστι γένους ἀνθρώπου σπέρμα, (San Justino, Apología I 32.9,11, Diálogo 54.2; 63.2; 68.4; 76.1, Mt 1.18, Lc 1.34). Non competebat ex semine humano dei filium nasci, no convenía que el hijo de Dios naciera de semen humano (Tertuliano, De carne Christi 18.1). No son los hijos de la carne hijos de Dios, sino los hijos de la promesa son contados como semen, εἰς σπέρμα, in semine (Ro 9.8). La famosa expresión καὶ ὁ Λόγος σὰρξ ἐγένετο, y el Verbo se hizo (o nació en) carne (Jn 1.14), que los cristianos posteriores interpretaron fuera de contexto en el sentido de que el Logos se convirtió en un hombre real de carne y hueso (incurriendo así en una grave contradicción con los versículos anteriores, donde se remacha por tres veces que los hijos de Dios no nacen carnalmente, como en el versículo de la epístola a los Romanos citado), significaba que el Esperma divino o Espíritu santo de Dios fecundó la materia (elemento femenino): nuestra carne mortal: el varón es en nosotros el sentido racional y la mujer, a él unida como su marido, nuestra carne (Orígenes, Hom. in Génesis, 4.4; 5.2), nuestra Eva interior es nuestra carne (San Agustín, Enarrationes, 48.6), para que la vida de Jesús se manifieste en (ἐν) nuestra carne mortal (2Co 4.11) y permanecía en nuestro cuerpo como en un templo: en esto conocemos que permanecemos en (ἐν) Él, y Él en (ἐν) nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu, y nosotros hemos visto y testificado que el Padre a enviado al Hijo (1Jn 4.13-14), es decir, había enviado su Semen a los cristianos, porque un hijo es siempre, respecto a su padre, el esperma de éste: el buen semen son los hijos del Reino (Mt 18.38; 22.24; Mc 12.19, Lc 20.28). Si el semen del Falo Padre era el que producía el Hijo, el Semen era el Hijo, es decir, el Espíritu es el Hijo de Dios (Hermas P9 1.1). Su Hijo en mí, τὸν υἱὸν αὐτοῦ ἐν ἐμοὶ, Filium suum in me, desde el útero de mi madre, ex utero matris meae (Gál 1.15,16 > 4.19).
¿Qué dice la gnosis? que Él había de manifestarse en (ἐν) carne y habitar en (ἐν) nosotros (Bernabé 6.9,14), es decir, el Espermaluz de Dios o Cristo, nuevo Adán, el segundo hombre o segunda plasmación, (Ber 6.13, 1Co 15.47) sería formado en (ἐν) vosotros (Gál 4.19), y, por tanto, nosotros somos plasmados de nuevo (Ber 6.11,14).
¿De qué me sirve que yo diga que Cristo ha venido sólo en aquella carne que asumió de María, si no muestro también que ha venido en esta carne, que es la mía? (Orígenes, Hom. in Génesis, 3.7). La carne era la única «mujer» alegórica donde nacía Cristo: Cristo vive en (ἐν) mí. Hijos míos, que vuelvo otra vez a estar de parto de vosotros, hasta que Cristo sea formado en (ἐν) vosotros (Gál 2.2o; 4.4,19). El Espermaluz de Dios solo se hacía real en la carne o cuerpo de cada uno de los creyentes: el Hijo del hombre está dentro de vosotros (Evangelio de María 8), de aquí la expresión Jesucristo está en (ἐν) vosotros, (2Co 13.5, Ro 8.10, Col 1.27, Jn 14.20; 17.23), ya que la Iglesia (conjunto de todos los creyentes que, como un ejército, era visto como un solo cuerpo, el cuerpo de Cristo, la única carne, el único cuerpo físico e histórico que nunca tuvo Jesucristo: su cuerpo, que es la Iglesia, Co 1.24) era vista como la esposa del Falocristo: pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo (2Co 11.2, Mc 2.19, Jn 3.29, Ap 21.2). No creo que ignoréis cómo la iglesia viviente es el cuerpo de Cristo, pues dice la Escritura: Creó Dios al hombre varón y hembra. El varón es Cristo; la hembra, la iglesia…. Ahora bien, si decimos que la iglesia es la carne y Cristo el Espíritu, luego el que deshonra la carne, deshonra a la iglesia. Ese tal, por ende, no tendrá parte en el Espíritu, que es Cristo (2Clemente 14.2,4). Horrible contradicción, porque si se contrapone la carne al espíritu (Gál 5.17), entonces cómo podrán unirse el varón y la hembra, el Falocristo y la esposa de Dios?
Este Esperma divino o Luz líquida permanecía siempre en un estado místico como un incesante y eterno efluvio o emanación de Dios, el Falo cósmico, como la luz del Sol, por eso el Espíritu santo y el amor de Dios eran concebidos como un líquido o fluido que se derramaba (Jn 7.38.39, He 2.33) sobre los fieles (así el bautismo) y equivalía a recibir la vida eterna, puesto que si el Falo es EL que da la vida, la fuente de la vida (Jn 4.14, Ap 21.6), el Espermaespíritu es LO que da la vida (Jn 6.63): Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu santo (He 1.5, 11.16), el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu santo que nos fue dado (Ro 5.5, Ti 3.4-7), a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu (1Co 12.13), mi sangre es verdadera bebida (Jn 6.55): es semen de vida eterna o semen de eternidad (Catecismo de la Iglesia Católica, 1524, Gaudium et Spes, 18)
Materiam seminis quam constat sanguinis esse calorem ut despumatione mutatum in coagulum sanguinis feminae: la materia del semen, como se sabe, es el calor de la sangre que al espumarse cambia en coágulo la sangre de la mujer. Semen est sanguis christianorum, semen es la sangre de los cristianos (Tertuliano, De carne Christi, 19.3, Apología 50.13). De una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres (He 17.26). Consanguinei vocati eo quod ex uno sanguine, id est, ex uno patris semine sati sunt. Nam semen viri spuma est sanguinis: Se llaman consanguíneos los que son de una misma sangre, esto es, los que han sido engendrados del semen de un mismo padre, porque el semen del varón es la espuma de la sangre (San Isidoro, Etimologías, 9, 6.4). La sangre del Falocristo era su esperma, identificada explícitamente con el vino en los evangelios, identificado a su vez con el semen explícitamente por san Agustín: Los misterios de Líbero, a quien hicieron presidir las simientes líquidas (liquidis seminibus), y por tanto, no solo los licores de los frutos, de entre los cuales en cierto modo el vino tiene la primacía (primatum vinum tenet), sino también los sémenes de los animales (seminibus animalium) (Civitas Dei, VII 21). San Justino parte de la misma identidad en el pasaje arriba citado cuando explica el sentido de la sangre de la uva. También en el Apocalipsis se identifican explícitamente el vino y el semen, el vino de la fornicación, τοῦ οἴνου τῆς πορνείας y el vino del deseo o pasión o excitación o furor: τοῦ οἴνου τοῦ θυμοῦ τῆς ὀργῆς τοῦ Θεοῦ: del vino del furor de la ira de Dios (sic !!!) (Ap 16.19, 17.2, 18.3, 19.15, versión no revisada de Reina Valera). Jesucristo se identifica a sí mismo con la vid, que es la que da el vino: Yo soy la vid verdadera (Jn 15.1), es decir, se identifica con el Falo, el que da el esperma, el que da la vida: yo les doy vida eterna (Jn 10.28, 17.2, He 17.25).
Todavía en 1807 se pensaba que el semen está contenido en la sangre, y es una parte de ella (A. Ballano, Diccionario de medicina, v. 4, p.342). Para los antiguos, la sangre, el esperma y el espíritu tenían la misma esencia: Πνεῦμα, Pneuma, palabra usada 379 veces en el NT para designar al espíritu. Desde los presocráticos, Aristóteles y los estoicos, que tomaron esta ficticia idea de los egipcios, hasta Galeno, que había estudiado medicina durante mucho tiempo en Alejandría, y que implantó esta idea hasta la Edad Media, se pensaba que el esperma era pneuma, y todavía en el siglo XVI los médicos discutían si por la venas corría sangre o pneuma. Hasta Lavoisier solo existía la química pneumática, y solo en la segunda mitad del siglo XVIII se descubrió la composición química del aire y el mecanismo de la respiración. El hombre tardó miles de años en comprender algo que a nosotros nos parece muy sencillo. Como ilustración de tales ideas, que hoy a nosotros nos parecen disparates, sirva este texto de Clemente de Alejandría:
Entonces el pneuma impulsado desde las arterias vecinas se mezcla con la sangre, que, aun manteniendo íntegra su sustancia, al desbordarse, se vuelve blanca y se transforma en espuma por este choque… Partiendo de estos hechos, ¿qué hay de absurdo en pensar que la sangre por efecto del pneuma se transforme en lo más brillante y lo más blanco? Sufre, en efecto, un cambio cualitativo, no sustancial. Con toda seguridad, sería muy difícil encontrar algo más nutritivo, más dulce y más blanco que la leche. Pues bien, el alimento pneumático se le parece en todo (nótese que no se está hablando de la leche materna, sino de una sustancia muy similar: el Logos o Esperma, como lo prueba que Clemente se vea abocado a hablar del esperma en su sentido más biológico, que para la medicina de su época era el pneumático) es, en efecto, dulce, por la gracia; nutritivo como la vida; blanco como el día de Cristo; y ha quedado bien claro que la sangre del Logos es como leche. Que nadie se extrañe si alegóricamente llamamos leche a la sangre del Señor. ¿No se llama también mediante una alegoría vino? El que lava -dice- en el vino su manto y en la sangre de la viña su vestido. (Al igual que san Justino, Clemente cita el mismo pasaje del Génesis (49.11) que identifica la sangre con el vino, el primatum de las simientes líquidas, según san Agustín).Así pues, si la transformación del alimento produce la sangre y la sangre se transforma en leche, la sangre viene a ser la preparación de la leche como el esperma del hombre (τοῦ γάλακτος ὡς σπέρμα ἀνθρώπου).La formación del embrión se lleva a cabo cuando el esperma se une al residuo purificado que queda después del flujo menstrual. La potencia del esperma, al coagular la naturaleza de la sangre, como el cuajo coagula la leche, elabora la sustancia del objeto formado. La mezcla equilibrada germina, mas las situaciones extremas implican el peligro de la esterilidad. Pues así como en la tierra inundada por la lluvia excesiva se estropea el esperma, y al secarse la humedad se seca, el líquido pegajoso conserva el esperma y lo hace germinar.
Algunos suponen que el esperma del ser vivo es sustancialmente la
espuma de la sangre que, agitada violentamente por el calor natural del macho en el momento de la unión, forma espuma y se esparce por la venas espermáticas. De ahí pretende Diógenes de Apolonia que han tomado nombre los aphrodísia.
Es del todo evidente que la sangre es la sustancia del cuerpo humano. Las entrañas de la mujer albergan en primer lugar un conglomerado líquido de aspecto lechoso
(aquí Clemente se refiere al semen femenino, también parecido a la leche, ya que era pensado como un homólogo del semen viril y no tenía nada que ver con la ovulación, totalmente desconocida entonces); luego este conglomerado se convierte en sangre y después en carne, condensándose en el útero por la acción del pneuma natural y caliente (el semen viril), que configura el embrión y lo vivifica. Después del parto, el niño sigue alimentándose aún gracias a esta misma sangre, puesto que el producir leche está en la naturaleza de la sangre y la leche es fuente de nutrición; por ella se evidencia también que realmente la mujer ha dado a luz y es madre.
Si en efecto hemos sido regenerados en Cristo, el que nos ha regenerado nos alimenta con su propia leche, el Logos. Y es lógico que todo progenitor procure alimento al ser que acaba de generar.
(El Pedagogo I 40,45,47,48,49)

Con el Logos, leche de Cristo, os goteo un alimento pneumático, ha afirmado un poco antes Clemente (idem 35), y a menudo repite la misma idea. Pero referida a Cristo obviamente esta leche espiritual no era femenina, sino masculina y tenía por tanto un significado seminal y no de alimento infantil. La leche del Padre, la leche del amor (idem 43) que mamaban y degustaban los cristianos no era de la que se vende en tetrabrick, sino la que eyaculaba el Falocristo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba (Jn 7.37). En las epístolas se identifica explícitamente, en tres pasajes distintos que repiten el mismo esquema (1Co 3.1-2, Heb 5.12; 1Pe 2.2) a la leche con el Logos, la palabra de Dios, y el Logos es identificado a su vez en los evangelios (parábola del sembrador) y en las epístolas con el esperma: renati non ex semine corruptibili, sed incorruptibili per verbum Dei vivi, et permanentis in aeternum (cf. semen aeternitatis, Gaudium et Spes 18), reengendrados no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra viviente de Dios y que permanece para siempre (1Pe 1.23). Si los hijos de Dios no eran engendrados por simiente corruptible, mucho menos el Hijo de Dios por excelencia, es decir, Jesucristo nunca pudo nacer como hombre, porque no nació de simiente corruptible, σπορᾶς φθαρτῆς, como todos los hombres, incluidos los hijos de Dios nacidos en este mundo. Jesucristo nació sin conocimiento de varón (Mt 1.25, Lc 1.34), es decir, no nació nunca, porque ningún hombre puede nacer sin esperma humano.
Inicialmente el cristianismo era un puro gnosticismo, solo posteriormente se inventó la fábula (mito: 2Pe 1.16) del Jesucristo histórico, y no sin recurrir a la violencia más extrema para imponerla: la herejía suplantó a la ortodoxia, y la ortodoxia pasó a considerarse herejía. El caso de Orígenes, el padre castrado más importante de la Iglesia antes de San Agustín, habla por sí solo: sus obras fueron prohibidas y sus doctrinas condenadas como herejías.



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Evidentemente, el esperma (σπέρμα) está formado a la vez de espíritu y agua (πνεύματος καὶ ὕδατος) y este espíritu (πνεῦμά) es aire caliente: por lo tanto, es de naturaleza líquida puesto que está formado de agua... Pero es espeso y blanco por estar mezclado con espíritu (πνεῦμα).
Aristóteles, De la generación de los animales, 736a

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En esta definición de Aristóteles hallamos la vetusta identificación del esperma con el agua: el que no naciere del agua y del Espíritu (ὕδατος καὶ πνεύματος) no puede entrar en el reino de Dios (Jn 3.5). Pero según Artistóteles, el componente esencial del esperma era el pneuma o espíritu, de la misma naturaleza que la sustancia de las estrellas.
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(Spiritus) Hic est qui operatur ex aquis secundam nativitatem, semen quoddam divini generis et consecrator caelestis nativitatis. 
El Espíritu obra el segundo nacimiento por las aguas, es el semen de la estirpe divina y aquel que consagra el nacimiento celestial.
Novaciano, De Trinitate, 29.16
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Debe de haber, pues, alguna naturaleza única o múltiple a partir de la cual se generan las demás cosas, conservándose ella. No todos dicen lo mismo sobre el número y la especie de tal principio, sino que Tales, quien inició semejante filosofía, sostiene que es el agua, y por ello también manifestó que la tierra está sobre el agua. Tal vez llegó a esta concepción tras observar que todas las cosas tienen un alimento húmedo y que el calor se produce y se mantiene en la humedad, ya que aquello a partir de lo cual se generan las cosas es el principio de todas ellas. Por eso llegó a esta concepción y también porque todos los espermas (τὸ πάντων τὰ σπέρματα, en el texto de Simplicio, τὰ σπέρματα πάντων, DK 11 A13, cf. Mt 13.32, Mc 4.31) son de naturaleza húmeda y el agua es el principio natural de las cosas húmedas.
Aristóteles, Metafísica I 3, 983b
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Algunos pensadores más toscos declararon, como Hipón, que (el alma) es agua. Creyeron esto según parece porque el semen (γονῆς) de todos los seres es líquido. Y porque dice contra los que afirman que el alma es sangre, que el semen (γονὴ) no es sangre, sino que éste es el alma primera (τὴν πρώτην ψυχήν).
Aristóteles, Sobre el alma, I 405b

Unas veces dice (Hipón) que el alma es encéfalo, otras que agua, porque es manifiesto que el esperma (σπέρμα) procede de lo húmedo, de donde, dice, nace el alma. 
San Hipólito, Refutación de todas las herejías, I 16 (DK 26 A3)
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Para la correcta comprensión de este último texto conviene saber que Pitágoras y Alcmeón sostenían que el esperma procedía del cerebro. Nótese la total sinonimia esperma = alma. Sobre este importante punto volveré más adelante con ejemplos más elocuentes y excelentes: Aristóteles y los estoicos.
Puesto que en la antigüedad se creía que el alma era el origen y la causa de la vida, era lógico que se identificara con el semen. El alma era el esperma del hombre, de
modo que el concepto de "alma" tenía un claro significado sexual: los deseos carnales que batallan contra el alma (1Pe 2.11)

La idea de que el alma es semen está explícitamente expuesta en el Catecismo de la Iglesia católica, y lógicamente este semen tiene su origen en el Falo cósmico: En estas aperturas percibe signos de su alma espiritual. La semilla de eternidad, semen aeternitatis, que lleva en sí, al ser irreductible a la sola materia (Gaudium et spes, 18), su alma, no puede tener origen más que en Dios (CIC, 33).








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Ahora conozco que Jehová es más grande que todos los dioses. 
Éxodo, 18.11
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En un momento dado, Shiva apareció entre las llamas y les dijo que el pilar era su lingam o falo. Entonces, Brahma y Visnú comprendieron que Shiva es el más grande de los dioses.
J.N. Powell, Eros y energía, p. 137









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Arriba, falo en Candi Ceto, Java, Indonesia, falo chino de jade, y abajo, templo de Mara Kannon, Yamaguchi, Japón.


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