28 septiembre 2013

Jesús nunca existió 4


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οὐ τὰ τέκνα τῆς σαρκός, ταῦτα τέκνα τοῦ θεοῦ· ἀλλὰ τὰ τέκνα τῆς ἐπαγγελίας λογίζεται εἰς σπέρμα.
no los hijos de la carne, estos son hijos de Dios, sino los hijos de la promesa son contados en esperma.
Romanos, 9.8

¿No habéis sido engañados también vosotros?
Investiga, y mira que de Galilea no se levantó un profeta.

Juan, 7.47,52


Atque ita in hodiernum negant venisse Christum suum.
Y así, hasta el día de hoy niegan que su Cristo haya venido.
Tertuliano, Adversus iudaeos, 14.10


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Acordaos de lo que os habló, estando aún en Galilea (Lucas, 24.6)
Pero os he dicho estas cosas, para que cuando llegue la hora, os acordéis de ellas, que yo os las dije (Juan, 16.4)
¿No os acordáis que os decía estas cosas estando todavía con vosotros? (2 Tesalonicenses, 2.5)
Acordaos de los que os dirigen, los cuales os hablaron la palabra de Dios (Hebreos, 13.7)


Evidentemente los autores de las epístolas se acordaron muy poco de las palabras de Jesús, pues nunca las citan (excepto en 1 Corintios, 11.24,25),1 lo que demuestra que las palabras del Hijo de Dios no existían cuando se escribieron las epístolas. Si Jesús hubiera existido, sus discursos tenían que ser citados necesariamente en las epístolas, por muy tergiversados que estuvieran. Si tenemos en cuenta que los discursos de Jesús llenan muchas páginas de los evangelios (ocupan capítulos enteros), ¿por qué los autores de las epístolas los ignoran totalmente, incluso cuando el tema tratado exigía citarlos y explicarlos?
Todos los libros del Nuevo Testamento están llenos de ficciones que demuestran que la historia que cuentan los evangelios era ficticia, y que Jesús no fue un hombre histórico. Las dos ficciones más importantes que, entre otras, lo demuestran son la resurrección y la parusía, pero estas son, junto con la fantasía del espíritu, las más difíciles de comprender. Sin embargo, una forma muy sencilla de demostrar que Jesús nunca existió consiste en hacer un recuento de las veces que se emplean las palabras Galilea y Nazaret en las epístolas: ninguna. Los autores de las epístolas no sabían absolutamente nada de Galilea ni de Nazaret. Las epístolas ocupan más de un tercio de todo el Nuevo Testamento —sólo las tres primeras tienen la misma extensión que el evangelio de Mateo, las dos a los Corintios, la misma que la de Marcos, y todas juntas, la misma que la de los tres sinópticos—, y si Jesús hubiera existido, aunque su historia estuviera totalmente deformada por el mito, tenían que aparecer en ellas necesariamente, porque si en ellas se citan otras muchas ciudades, con más motivo tenían que citarse Galilea y Nazaret, pues estos nombres aparecen siempre asociados a Jesús en los cuatro evangelios y en los Hechos. De forma que el mutismo de las epístolas sobre Galilea y Nazaret —mutismo que se extiende a toda la ficticia historia del Hijo de Dios que narran los evangelios— demuestra que los autores de las mismas desconocían esta historia. Es decir, esta historia nunca había ocurrido, que era justamente lo que afirmaban los gnósticos.2 En efecto, había muchos (πολλοὶ, multi) que no admiten que Jesucristo ha venido en carne (2Jn 7, 1Jn 4.2,3), es decir, Jesús no había existido realmente.
Sin contar las 4 veces que aparece en los relatos de la infancia, la palabra Galilea se emplea en los evangelios 55 veces, y en casi todos los casos la mención de Galilea se refiere explícitamente a las andanzas y enseñanzas del divino Jesús.
Veamos algunos ejemplos:
ἦλθεν ὁ Ἰησοῦς εἰς τὴν Γαλιλαίαν κηρύσσων τὸ εὐαγγέλιον (Mc 1.14)
vino Jesús a Galilea predicando el evangelio
καὶ ἦν κηρύσσων ἐν ταῖς συναγωγαῖς αὐτῶν εἰς ὅλην τὴν Γαλιλαίαν.
y estaba predicando en las sinagogas de ellos en toda Galilea. (Mc 1.39; Lc 4.44)
καὶ περιῆγεν ὅλην τὴν Γαλιλαίαν ὁ Ἰησοῦς, διδάσκων ἐν ταῖς συναγωγαῖς αὐτῶν, καὶ κηρύσσων τὸ εὐαγγέλιον (Mt 4.23)
y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio.

Al igual que en el caso de Galilea, los autores de las epístolas nada sabían de Nazaret ni de un Jesús el nazareno. Nazaret es el nombre de la ciudad que los evangelistas se inventaron donde se había criado (Lc 4.16) el Hijo de Dios, pues en el siglo I no existía ninguna ciudad con ese nombre. Los evangelistas distinguían con toda claridad una ciudad (πόλις) de una aldea (κώμη), y llaman explícitamente a Nazaret ciudad (4 veces), pero nunca la llaman aldea, a pesar de que ellos utilizan la palabra aldea (26 veces) para situar las correrías de Jesús. Ellos dicen, por ejemplo, que Jesús recorría las aldeas (κώμας) de alrededor enseñando (Mc 6.6), o que recorría todas las ciudades (πόλεις) y aldeas (κώμας) enseñando (Mt 9.35, Lc 8.1, 13.22). Sobre los términos Nazaret y nazareno ya he escrito una página en este blog: Ficticio gentilicio, a ella remito al lector.
Como ya dije allí, el supuesto gentilicio nazareno se aplica a Jesús incluso ya resucitado (Jesús mismo se autodenomina con él dirigiéndose al ficticio Pablo, y éste también usa, en Hechos, el nombre de Jesús el nazareno. Mc 16.6, Lc 24.19; Hechos, 2.22; 3.6; 4.10; 22.8; 26.9), por lo que ninguna hipótesis historicista puede explicar que este término nunca se emplee en toda la extensión de las epístolas. A diferencia de los autores de las epístolas, las criadas no solo sabían que Jesús era conocido con el apodo de «el nazareno» (Mc 14.67, Mt 26.69,71), sino también que era galileo (Ἰησοῦ τοῦ γαλιλαίου). Pero no solo las criadas y los soldados (Jn 18.5,7) sabían que Jesús era llamado el nazareno, incluso los demonios, que eran muy listos, sabían que Jesús era conocido como el nazareno (Mc 1.23, Lc 4.34). Y también los ángeles (que hablaban en griego, y no en hebreo) denominan así a Jesús resucitado, e incluso mencionan a Galilea (Mt 28.7; Mc 16.6,7, Lc 24.6). Evidentemente, los ángeles estaban mejor informados de la geografía donde nunca anduvo el Hijo de Dios que los autores de las epístolas, que nunca dicen si Jesús estuvo deambulando en tal o cual sitio.
Pero para entender que el mutismo de las epístolas sobre Galilea y Nazaret demuestra por sí solo que toda la historia de Jesús era ficticia, es necesario echar un vistazo a las ciudades, regiones o provincias que son mencionadas en las epístolas,3 porque si sus autores mencionan todas esas ciudades y regiones, con mayor motivo deberían haber citado alguna vez Galilea y Nazaret si la historia de Jesús hubiera ocurrido realmente, por muy deformada y mitificada que estuviera, puesto que los autores de los evangelios ligaban fuertemente la vida y predicación del Hijo de Dios a estos nombres.
Sin contar el nombre de Israel, que en las epístolas no tiene un sentido toponímico, sino étnico, en ellas se mencionan más de cien nombres de ciudades y regiones o provincias, muchos repetidos. Con este extenso repertorio de topónimos, si Jesús hubiera sido un hombre histórico, ¿cómo se explica que en ellas nunca se mencionen Galilea ni Nazaret, cuando los evangelios atestiguan que estos dos nombres iban unidos inseparablemente a la vida y aventuras del ficticio Jesús? Además, de las 15 veces que se mencionan Jerusalén y Judea en las epístolas ninguna se relaciona con la vida terrenal de Jesús. Pero además de en Galilea, los evangelistas situaron también en Judea las correrías del Hijo de Dios, de las que nada saben los autores de las epístolas. De las 27 veces que es mencionada Judea en los evangelios, en casi todos los casos se la relaciona explícitamente con la vida ficticia del Hijo de Dios. Y si en las epístolas se habla de los rebeldes que están en Judea (Ro 15.31), o de ser enviado a Judea (2Co 1.16), ¿qué impedía decir, como dicen los evangelios, que Jesús estuvo vagando por Judea? El autor de Hechos dice que bajó de Judea un profeta por nombre Agabo (21.10). En cambio, los autores de las epístolas jamás dicen que Jesús había estado enseñando por toda Judea, comenzando desde Galilea (Lc 23.5, Mc 10.1), o que vino de Judea a Galilea (Jn 4.54), ni nada parecido. Y aunque ellos hablan de la Jerusalén celestial (Heb 12.22), o de llevar una colecta o un donativo a Jerusalén (Ro 15.26, 1Co 16.3), nada saben de que Jesús había venido a Jerusalén montado en un borrico, ni saben nada de la pelea que Jesús tuvo en Jerusalén con los que vendían y compraban en el templo (Mc 11.15), ficciones que mencionan los cuatro evangelios, y en el caso de los sinópticos, una detrás de otra.
Si en las epístolas se mencionan a Febe, que es diaconisa de la iglesia en Cencreas, un puerto que muy pocos cristianos sabrían situar en el mapa, o a Epéneto, que es la primicia de Acaya (Ro 16.1,5), o a Demas, que se ha ido a Tesalónica, o a Erasto, que se quedó en Corinto, y a Trófimo, que dejé enfermo en Mileto (2Ti 4.10,20), nombres que nada significan para la gnosis de Jesucristo (τῆς γνώσεως χριστοῦ Ἰησοῦ, Fi 3.8; 2Co 2.14), ¿qué podía impedirles haber dicho que Jesús era de Nazaret o que era un profeta de Galilea, puesto que ellos predicaban el evangelio de Cristo? (Ro 15.19; 2Co 2.12; 10.14; Gál 1.7; 1Te 3.2). Muy sencillo: la ficticia historia de Jesús todavía no se había inventado cuando se escribieron la epístolas, fuera cuando fuese. La ficción celestial del Hijo de Dios (que ya se habían inventado Filón y los terapeutas) todavía no se había convertido en un hombre terrenal. Por esto, cuando se escribieron los evangelios, la venida o parusía del Hijo de Dios se duplicó, y los cristianos comenzaron a hablar de dos venidas o parusías, una que ya había ocurrido, y que en realidad nunca ocurrió, como lo atestiguan los gnósticos, y otra al final de los tiempos, que era la verdadera y la que ellos esperaban. Las dos parusías —de las que habla por primera vez san Justino— designaban la misma fantasía.4 Los evangelistas las superpusieron de una manera tosca y grosera, pues ellos tenían un concepto del tiempo cósmico absolutamente ficticio (2Pe 3.8), en cuyo principio y final (Ap 22.13) estaba Dios. Por esto, los cristianos, que pensaban que estaban en los fines de los tiempos (τὰ τέλη τῶν αἰώνων, 1Co 10.11), que el fin de todas las cosas se acerca (ἤγγικεν, 1Pe 4.6), y que la parusía (παρουσία) del Señor se acerca (ἤγγικεν, San 5.8), situaban la primera venida en los últimos días (ἐπ’ ἐσχάτου τῶν ἡμερῶν, Heb 1.2, 2Pe 3.3), porque la primera venida era también la última, razón por la que Jesús habla de su propia venida o parusía como si no hubiera venido o como si no existiera, y llega a decir que no pasará esta generación hasta que todas estas cosas (es decir, el fin del mundo) sucedan (Mt 24.34, Mc 13.30, Lc 21.32); o unían las dos parusías, sin distinguirlas todavía, diciendo que yo estoy con vosotros hasta el fin del Tiempo (συντελείας τοῦ αἰῶνος, Mt 28.20, 13.39,40, 24.3, Heb 9.26).
Al igual que sucede con Galilea y Nazaret, los autores de las epístolas tampoco saben nada del monte de los Olivos, mencionado once veces en los evangelios. Aunque los autores de las epístolas mencionan el monte de Sión y el monte Sinaí, convertido este en un símbolo (Gál 4.24,25), y aquel en un escenario platónico (Heb 8.5, 12.22), y aunque hablan en trece ocasiones de la parusía del Señor (ἡ παρουσία τοῦ κυρίου), ellos nunca mencionan el monte de los Olivos, aunque fue allí precisamente donde el ficticio Jesús dijo el sermón de su propia parusía (Mt 24.3). 
Y aunque en las epístolas se habla del bautismo, sus autores nada saben del bautismo en el río Jordán, mencionado 15 veces en los evangelios. Si todos los evangelistas sitúan el comienzo de la actividad de Jesús después del bautismo en el Jordán, ¿cómo se explica, si esto ocurrió realmente, que los autores de las epístolas, que hablan del bautismo y de ser bautizado en Cristo,5 no sepan nada del Jordán, ni de Juan Bautista, ni de la paloma del Espíritu? Si el fantasma de pájaro (φάσμα ὄρνιθος, Contra Celso, 1.41), como llamaba Celso a la paloma del Espíritu, no descendió del cielo realmente, ni el cielo sensible (αἰσθητὸν οὐρανὸν) se abrió (Lc 3.21) realmente, como decía Orígenes,6 denunciando la simpleza (ἁπλότητα) de los más simples (ἁπλουστέροις), es evidente que los evangelistas estaban contando un mito allí donde muchos, todavía hoy, pretenden ver un hecho histórico. Si el autor de 1 Corintios convertía el paso del ficticio Moisés por el Mar Rojo en un símbolo del bautismo —de un modo totalmente arbitrario, pues los egipcios no fueron bautizados, sino ahogados, Heb 11.29—, y dice que todos nuestros padres fueron bautizados por Moisés en la nube y en el mar (1Co 10.1,2), y el autor de 1 Pedro, con la misma fantasía, era capaz de remontarse más lejos todavía, hasta los días de Noé y convertir en un antitipo (ἀντίτυπον, reflejo, imagen, símbolo) del bautismo las ocho almas que se salvaron por el agua (1Pe 3.20,21), ¿qué podía impedirles decir que Jesús fue bautizado en el Jordán, si esto había ocurrido realmente? Y si el autor de Gálatas habla de todos los que habéis sido bautizados en Cristo (3.27), y es capaz de convertir el monte Sinaí, al que menciona dos veces seguidas, añadiendo que está en Arabia (Gál 4.24,25), en un símbolo femenino, ¿no habría sido más natural y sencillo convertir el río Jordán en un símbolo del bautismo? Y si el autor de 1 Corintios vuelve a decir un poco más adelante que todos nosotros hemos sido bautizados en un solo espíritu (1Co 12.13), ni él ni el autor de Romanos (Ro 6.3,4), ni el de 1 Pedro, que habla del espíritu santo enviado del cielo (1Pe 1.12), sabían nada de el espíritu que desciende como una paloma (Mc 1.10, par.). En efecto, los autores de las epístolas no sabían nada de palomas ni de cuervos, como veremos, ni de los que vendían palomas (Mc 11.15), ni a qué precio se vendían los pájaros (Mt 10.29, Lc 12.6).
Además de no saber nada de Galilea, los autores de las epístolas jamás dicen que Jesús había predicado el evangelio aquí o allí, de este modo o del otro. Esto delata que la historia de Jesús era ficticia, porque ellos hablan numerosas veces de predicar el evangelio (el evangelio que predico, τὸ εὐαγγέλιον ὃ κηρύσσω, Gál 2.2; Col 1.23), y de el que predica a otro Jesús que no hemos predicado (2Co 11.4), y sin embargo no sabían que Jesús había recorrido toda Galilea predicando el evangelio (Mt 4.23). Si el autor de Romanos dice que desde Jerusalén y en derredor hasta el Ilírico todo lo he llenado del evangelio de Cristo (Ro 15.19), y el autor de 2 Corintios dice que llegó a Troas para predicar el evangelio de Cristo (2Co 2.12), si Jesús hubiera sido un hombre histórico ¿por qué en las epístolas nunca se dice que Jesús había predicado el evangelio en Galilea o donde fuera, si sus autores no se predicaban a sí mismos, sino a Jesucristo? (2Co 4.5, Ro 10.8,9) ¿Y cómo se explica que ellos no sepan nada de la predicación del propio Jesús? El Cristo que ellos predicaban era la imagen de Dios (2Co 4.4, Col 1.15), es decir, un mito, y no un hombre histórico. Toda la historia de Jesús era un mito, pues los autores de las epístolas no la conocían. Cuando ellos decían que predicaban a Cristo (1Co 1.23, Fi 1.16), ¿qué era lo que predicaban, si ignoran las andanzas, los milagros y los discursos que narran los evangelios? Es evidente que el Hijo de Dios que predicaban (2Co 1.19) no era un hombre histórico, y las narraciones de los evangelios eran puras ficciones. Si Jesús hubiera existido realmente, los autores de las epístolas —que no miraban las cosas que se ven, sino las que no se ven (2Co 4.18)— no habrían podido cruzar la barrera de la realidad y llegar hasta la mitificación absoluta, porque las cosas que se ven son temporales (2Co 4.18). Mitificación que en un ámbito judío era del todo imposible, pues la divinización no era una costumbre de los judíos. Nada más lejos de un judío que decir que un hombre cualquiera era el Hijo de Dios y la imagen de Dios, y mucho menos uno que fue contado con los criminales (Mc 15.28, Lc 22.37). La ficticia historia de Jesús está situada allí donde nunca pudo ocurrir. Si Jesús hubiera existido, los autores de las epístolas habrían predicado a Jesús principalmente como hombre (He aquí el hombre, Jn 19.5), y no como un mito; pero antes al contrario, ellos afirmaban que no habían recibido ni aprendido el evangelio de un hombre (παρὰ ἀνθρώπου, Gál 1.12), y que hablaban, no con palabras aprendidas de sabiduría humana, sino con las aprendidas del espíritu (1Co 2.13). ¿Y por qué no hablar con las palabras que nunca enseñó Jesús? Porque si hubiera existido, ellos estarían hablando con palabras de sabiduría humana. Y aunque los autores de las epístolas dicen que hablaban con palabras aprendidas del espíritu (1Co 2.13), nunca en ellas se menciona lo que el ficticio Jesús dijo acerca de la blasfemia contra el espíritu (Mat 12.31), y ellos no sabían que el espíritu habla (λαλοῦν) en vosotros ante gobernadores y reyes (Mt 10.18,20), porque si al que habla (λαλεῖ) por el espíritu nadie lo entiende (lit., escucha), ¿cómo se entenderá lo que decís?, pues el hombre común no sabe lo que has dicho (1Co 14.2,9,16).
El inmenso abismo que hay entre las epístolas y los evangelios demuestra que nunca existió un Jesús histórico, y este abismo se puede comprobar con cualquier comparación que se haga entre aquellas y estos. Así por ejemplo, si analizamos el capítulo 14 de 1 Corintios, dedicado a la profecía, saltan enseguida las alarmas de la ficción. El autor exhorta a los cristianos a que profeticen todos (πάντες, 14.1,5,24,31,39),7 y dice que el que profetiza habla a los hombres, y edifica la iglesia (14.3,4). Y además, citando a Isaías, utiliza la expresión dice el Señor (λέγει κύριος, 14.21), y afirma que lo que escribe ¡¡son mandatos del Señor!! (14.37), pero no se acuerda en todo el capítulo de un profeta de Galilea (Mt 21.11) que habló a los hombres o edificó la iglesia (idem en Ef 2.20).
El mismo vacío se puede constatar en los capítulos 8 y 9 de 2 Corintios. El autor les pide a los corintios que desembolsen dinero con abundancia (περίσσευμα) para una colecta o gracia (χάρις),8 y les dice que, como abundáis en todo, y en gnosis (γνώσει), que también abundéis en esta gracia o donativo (8.7,14; 9.8), y les dice que cada uno dé según lo que tenga (8.12). El autor no solo apela al ejemplo de la gracia o paga dada en las iglesias de Macedonia, que ya se vaciaron sus bolsillos (8.1-5), sino también a la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por vosotros se hizo pobre, siendo rico (8.9).9 Y para justificar su petición se apoya en un expediente tan lejano como es una cita del Exodo (Ex 16.18) y otra de los Salmos (Sal 112.9), y termina su perorata para que los corintios suelten bastante dinero con un: Gracias a Dios por su indescriptible don o dádiva (δωρεᾷ, 9.15). Ahora bien, ¿cómo es posible, si Jesús hubiera sido un hombre histórico, que él no acuda a las propias palabras del Hijo de Dios? Porque mucho más sencillo y convincente habría sido citar los preceptos de Jesús: gratis (δωρεὰν) recibisteis, gratis (δωρεὰν) dad (Mt 10.8), dad y se os dará (Lc 6.38).10 Y cuando dice que la ofrenda o gracia será bien recibida según lo que uno tiene (8.12), tampoco se acuerda de lo que el ficticio Jesús dijo acerca de la viuda pobre en el gazofilacio (Mc 12.41-44). Nada de esto. Él trata de convencer a los corintios para que vacíen sus bolsillos con sus propios argumentos, basándose en citas del Antiguo Testamento, y omitiendo cualquier referencia a las enseñanzas del Hijo de Dios, cuya mención en este caso era imprescindible, pues él habla de la obediencia de los corintios al evangelio de Cristo (9.13). Esto demuestra que las enseñanzas de Jesús todavía no existían cuando se escribieron las epístolas, fuera cuando fuese.
Al igual que sucede con la predicación del evangelio, los autores de las epístolas mencionan a los presbíteros que trabajan en la palabra y en la enseñanza (1Ti 5.17), y se refieren muchas veces a la enseñanza (διδασκαλία, διδαχή)11 que hacían ellos mismos, e incluso mencionan ¡las enseñanzas de los demonios! (1Ti 4.1), pero nunca se refieren a las enseñanzas de Jesús, ni nunca dicen que fue un maestro que enseñó esto o lo otro, o que enseñaba en la sinagoga o en el templo o en un monte o en una barca, como se dice muchísimas veces en los evangelios.12 Antes al contrario, ellos remitían esta enseñanza a ¡las Escrituras! (Ro 15.4, 2Ti 3.16), y a la enseñanza de Dios (Ti 2.10), y no a un hombre real, y no dando vueltas a todo viento de enseñanza, en el engaño de los hombres (Ef 4.14), porque las enseñanzas de los hombres (διδασκαλίας τῶν ἀνθρώπων) son todas (πάντα) para la destrucción por el uso (Col 2.22). Es evidente que para quien escribió estas palabras Jesús no había sido un hombre real, porque entonces también su enseñanza sería caducable, y ellos estarían girando al aire de una enseñanza perecedera. Y si ellos hablan de la palabra de Cristo (ὁ λόγος τοῦ Χριστοῦ, Col 3.16, Heb 6.1), o de las sanas palabras, las de nuestro Señor Jesucristo (1Ti 6.3), estas palabras tenían que empedrar o salpicar todas las epístolas, pero —fuera de 1Co 11.24,25—1 no hay ni rastro de ellas, ni siquiera allí donde era imprescindible citarlas para resolver o ilustrar alguna cuestión.
Lo mismo ocurre con el enseñador o maestro (διδάσκαλος). Si los autores de las epístolas hablan de los maestros (διδασκάλους) que puso Dios en la iglesia (1Co 12.28,29, Ef 4.11), o de maestros (διδασκάλους) según sus propios deseos (2Ti 4.3), y el ficticio Pablo se llama sí mismo maestro de los gentiles (1Ti 2.7, 2Ti 1.11), ¿por qué no dicen nunca que Jesús era un maestro que ha venido de Dios (Jn 3.2), o algo por el estilo, o simplemente que era un maestro que dijo esto o aquello, si es así como es llamado en los evangelios continuamente? (42 veces), e incluso el ficticio Jesús, contradiciéndose a sí mismo (no os llaméis rabbí, Mt 23.8),13 se llama a sí mismo maestro (Mc 14.14, par., Jn 13.13,14). Ellos dicen que Dios envió a su Hijo (Ro 8.3, Gál 4.4), pero no a un maestro que no había estudiado (Jn 7.15), o que no enseñaba como los escribas (Mt 7.29, Mc 1.22), e incluso éstos, aunque lo acusan de decir blasfemias (Mc 2.7), lo llaman maestro (Mt 8.18, 12.38, Mc 12.32, Lc 20.39).
El autor de 1 Corintios dice que envió a Timoteo para recordar a los corintios los caminos míos en Cristo, según enseño (διδάσκω) en todas partes (πανταχοῦ) en toda iglesia (1Co 4.17), pero ni en 1 Corintios ni en ninguna de las epístolas se recuerda nunca en qué partes enseñó Cristo o por dónde caminó. Y si sus autores mencionan al que enseña otra cosa (1Ti 6.3), y a los que enseñan lo que no se debe (Ti 1.11), si Jesús hubiera sido un hombre histórico, ¿por qué no hablan de todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar (Hechos, 1.1), ni nunca dicen que Jesús enseñó el camino de Dios (Mc 12.14, par), o tal o cual, si ese Jesús era el centro de todo lo que enseñaban? El silencio de las epístolas no es el silencio de lo que calla, sino el silencio metálico del vacío y de lo que no existe.
Y este vacío sobre la enseñanza o doctrina (διδαχή) del ficticio Jesús se convierte en un abismo inmenso cuando se comprueba que los autores de las epístolas no solo la ignoran, sino que la contradicen, sin hacer la más mínima alusión a la misma. Así, por ejemplo, el autor de 2 Tesalonicenses dice que nosotros no comimos gratis (δωρεὰν) el pan de alguien, sino trabajando con fatiga (κόπῳ) y esfuerzo (3.8),14 y acto seguido ordena que si alguno no quiere trabajar, que no coma, porque hay algunos que no trabajan en nada, y vuelve a ordenar que estos coman su propio pan trabajando (3.10-12). Si el autor de esta epístola ordena trabajar para ganar el sustento, es evidente que no solo ignora, sino que contradice las palabras del Hijo de Dios, que dice, dos veces, que no os preocupéis de qué comer (Mt 6.25,31, Luc 12.22,29). El autor de esta epístola no sabía nada de las aves que no siembran, ni siegan, ni recogen en los graneros (es decir, que no trabajan en nada), y sin embargo, Dios las alimenta, ni de lirios que no trabajan (οὐ κοπιῶσιν) ni hilan. Si Jesús hubiera existido, el autor de 2 Tesalonicenses tenía que conocer estas palabras forzosamente, puesto que apela dos veces a nuestro evangelio (2Te 1.8, 2.14), y otras dos veces a la tradición (παράδοσις) que recibisteis de nosotros (2Te 2.15, 3.6). Y sabiendo que aunque los cuervos y los lirios no trabajan, Dios los alimenta y los viste, y que ellos valían más que las aves y los lirios, no habría condenado al hambre tan a la ligera a los que no trabajan. Tampoco los autores de 1 Tesalonicenses, de 1 Corintios, y de Efesios saben nada de los cuervos y los lirios que no trabajan como un ejemplo a seguir, pues uno ordena trabajar con vuestras propias manos (1Te 4.11), otro, usando el mismo verbo que en el ejemplo de los lirios, dice que trabajamos (κοπιῶμεν) obrando con las propias manos (1Co 4.12), y el último, usando también el mismo verbo que en el ejemplo de los lirios, da una versión moderna del mandamiento: el que roba, no robe más, más bien que trabaje (κοπιάτω), haciendo el bien con las manos (Ef 4.28). Por supuesto, aunque los autores de las epístolas se refieren con frecuencia a los que trabajan (κοπιῶντες) en la palabra y en la enseñanza (1Ti 5.17),15 ellos nunca recuerdan las palabras ficticias del Hijo de Dios: trabajad (ἐργάζεσθε), no por la comida que perece, etc. (Jn 6.27), aunque afirman que el reino de Dios no es comida y bebida (Ro 14.17). Y aunque citan dos veces el antiguo proverbio: lo que el hombre siembre, esto también segará (θερίσει, Gál 6.7; 2Co 9.6),16 tampoco recuerdan que la siega es mucha, pero los trabajadores pocos (Mt 9.37), aunque poco importa que la siega (θερισμὸς) sea mucha, si los cuervos no siembran ni siegan (θερίζουσιν). De esta forma, el mutismo y la ignorancia de las epístolas, sean auténticas o falsas, de la historia y la enseñanza de un Jesús de Nazaret o de Galilea demuestra que esta historia era ficticia, aparte de que los evangelios están llenos de ficciones evidentes, como el mito del Hijo de Dios, la resurrección o la parusía, que también lo demuestran.
Por último, si analizamos la insigne figura del Diablo o su alias Satanás, que fue un hombre (homo peccati, 2Te 2.3) tan ficticio y tan real como Jesús, comprobaremos enseguida el inmenso abismo que hay entre las epístolas y los evangelios.
A pesar de la brevedad de la epístola de Judas, su autor tiene hilo suficiente para decir, entre otras evocaciones de un pasado mítico,17 que el Arcángel Miguel disputó con el Diablo por el cuerpo de Moisés (Ju 9). El autor de 1 Pedro se imaginaba el Diablo como un león rugiente, que anda alrededor buscando a quien devorar (1Pe 5.8), el de 2 Timoteo lo imaginaba como un experto cazador (Sal 123.7), pues habla de los que han sido capturados por la red o lazo del Diablo (2Ti 2.26), y el de Efesios fantasea con una lucha en las regiones celestes contra las asechanzas del Diablo (Ef 6.11s). Sin embargo, los autores de las epístolas nada saben de la entrevista histórica de Jesús y el Diablo en el desierto (Mt 4.1s, Lc 4.1s), ni que el Arconte de este mundo (Jn 12.31, 16.11), lo llevó a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo para dárselos, ni que uno de sus discípulos y el padre de los judíos (incluido, por tanto, Jesús) era el Diablo (Jn 6.70, 8.44), ni sabían que el Diablo siembra la cizaña (Mt 13.39), o que quita la semilla (Lc 8.12), aunque ellos hablan de sembrar en el espíritu (Gál 6.8, 1Co 9.11).
Tampoco los autores de las epístolas saben nada del fuego eterno (τὸ πῦρ τὸ αἰώνιον) preparado para el Diablo, ni de las ovejas de la derecha y los cabritos de la izquierda (Mt 25.33,41), a pesar de que ellos tienen un concepto penal del fuego muy parecido. Así por ejemplo, el autor de Hebreos se remite a Isaías para recordar el castigo ígneo que le espera al que ha pisoteado al Hijo de Dios (Is 21.11, Heb 10.27,29). El autor de la epístola de Judas va más lejos, y se remonta hasta el Génesis para recordar que Sodoma y Gomora sufrieron el castigo del fuego eterno (πυρὸς αἰωνίου, Ju 7). Por supuesto, los autores de las epístolas no saben nada de las ciudades en las que Jesús había hecho muchos de sus milagros, ni de sacudir el polvo de vuestros pies en la ciudad que no os reciba, ni que esta y aquellas, que en el evangelio de Lucas están juntas (Lc 10.12s), corren la misma suerte y les espera peor castigo que a Sodoma y Gomorra (Mt 10.15, 11.24, Mc 6.11). Y de la epístola a los Romanos se desprende la misma ignorancia de las ficticias palabras de Jesús sobre las ovejas que brillan como el Sol y los cabritos asados en el horno de fuego (Mt 13.42,43), puesto que él recurre a una cita de Proverbios 25.21,22 para explicar el método de amontonar brasas de fuego sobre la cabeza del enemigo, y que consiste en que si tu enemigo tiene hambre, aliméntalo; si tiene sed, dale de beber (Ro 12.20). Pero el autor de Mateo hace una paráfrasis del mismo pasaje de Proverbios, y premia a las ovejas solares, precisamente, porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber, y condena a los cabritos de la izquierda por lo contrario. Evidentemente, el autor de Romanos no estaba informado de esta técnica pastoril de separar ovejas y cabras, aunque él recuerda las palabras del Salmo 44: Somos contados como ovejas de matadero (Ro 8.36).18
El autor de 2 Corintios dice que Satanás se disfraza como un ángel de luz, y que no ignoramos sus pensamientos (τὰ νοήματα, 1Co 2.11, 11.14), pero los autores de las epístolas no saben nada de Beelzebul, el Arconte de los demonios, ni de si Satanás echa fuera a Satanás (Mc 3.22,23, Mt 12.24,26), ni de la criba de Satanás (ut cribraret sicut triticum, Lc 22.31). Sin duda, hablar de las viudas jóvenes que se han desviado detrás de Satanás (1Ti 5.15), o de Himeneo y Alejandro, a los que entregué a Satanás (1Ti 1.20) o de uno que tiene la mujer de su padre, y que también es entregado a Satanás (1Co 5.5), era para los autores de las epístolas más importante que decir que Jesús estuvo en el desierto cuarenta días, tentado por Satanás (Mc 1.13). Porque si ellos hablan también de ser tentado por Satanás (1Co 7.5), ¿qué les impedía decir que Jesús fue tentado por Satanás? El autor de la epístola de Santiago, que debía de ser un milenarista convencido, pues afirma que la parusía del Señor se acerca (5.8), es capaz de remontarse hasta Abraham (2.21), y se acuerda de la puta Rahab (2.25), de la paciencia de Job (5.11), y de la meteorología de Elías (5.17,18), pero él no sabía en absoluto que Jesús había sido tentado por el Diablo, porque no solo menciona al Diablo, los demonios, y la sabiduría diabólica (2.19, 3.15, 4.7), sino que habla del varón que soporta la tentación y declara que Dios no puede ser tentado por el mal (1.12,13). Y el autor de la epístola a los Hebreos, que también menciona al Diablo (2.14), dice que el Hijo de Dios, que atravesó los cielos, fue tentado en todo según semejanza (4.15),19 pero no dice que fue tentado por el Diablo (Mt 4.1, Lc 4.2), y mucho menos que esto ocurrió en el desierto de Judea (Mt 3.1), —aunque se complace en hablar de todos los que, en un tiempo remotísimo, estuvieron errando por los desiertos (11.38)— puesto que él sitúa al Hijo de Dios en el cielo mismo (in ipsum cælum, εἰς αὐτὸν τὸν οὐρανόν, Heb 9.24), y en un tiempo mítico (desde el principio del mundo, Heb 4.3, 9.26), no en un tiempo histórico; y compara explícitamente a Jesús con Moisés (Heb 3), que platicaba en la tierra (ἐπὶ γῆς), a diferencia de el que habla desde los cielos (τὸν λαλοῦντα... ἀπ’ οὐρανῶν, qui de cælis loquentem, Heb 12.25). Evidentemente, para el autor de esta epístola, Jesús no había hablado en la tierra, porque entonces no habría hecho esa comparación.


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    Notas

1. Sobre 1 Corintios 11.24,25 ver Jesús nunca existió 3, nota 4.
La frase de 1 Timoteo 5.18: el obrero es digno de su salario, que también se lee en el evangelio de Lucas (10.7), es muy probablemente una interpolación, como también lo es 1 Corintios 11.24,25. Pero el autor —y falsificador— de 1 Timoteo no la atribuye a Jesús —aunque nada se lo impedía hacerlo, porque poco después ataca al que no se aviene a las sanas palabras, las de nuestro Señor Jesucristo (6.3)—, sino a la Escritura (ἡ γραφή, en singular), y la Escritura que cita es el Deuteronomio, al igual que en 1 Corintios 9.9, que cita la misma frase del buey que trilla. Sin embargo, el autor de 1 Corintios ignora la frase del salario del obrero, aunque dice que el Señor ordenó a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio (9.14) —orden que no se encuentra, así dicha, en ninguno de los evangelios—, y en cambio se remite a la frase del buey, lo que le obliga a hacer una interpretación simbólica de la misma y a decir: ¿Acaso Dios se preocupa de los bueyes?, etc. Y si él habla de no poner ningún obstáculo al evangelio de Cristo (9.12), ¿no habría sido mucho más sencillo y convincente, citar directamente la frase de Jesús, si la había dicho realmente el Señor?
Y en el caso del texto que se lee en la epístola de Santiago 5.12: no juréis, ni por el cielo, ni por la tierra..., y sea vuestro sí, sí, y el no, no, que parece una cita del evangelio de Mateo 5.34-37, ocurre algo parecido a la frase de 1 Timoteo, porque el autor no le atribuye estas palabras a Jesús, cuando nada se lo impedía hacerlo, puesto que él se refiere dos veces a lo que dice la Escritura (ἡ γραφὴ λέγει, 2.23, 4.5), e incluso cita lo que dice una Escritura desconocida. Por tanto, él no sabía que estas palabras las había dicho Jesús. Esta epístola adolece de muchos otros silencios y omisiones, inexplicables si Jesús había existido, como por ejemplo, cuando dice que no os hagáis muchos maestros (διδάσκαλοι, 3.1), olvidando el precepto parecido de Jesús (Mt 23.8), o cuando dice que la lengua mancha todo el cuerpo (3.6), olvidando lo que Jesús dijo al respecto (Mt 15.11,18), y tampoco se acuerda de las palabras de Jesús (Mt 7.1-5) cuando habla del que juzga a su hermano (4.11), o cuando ataca a los ricos (5.1s). Del mismo modo, cuando habla de la oración, de curar a un enfermo orando (προσεύχομαι), y de orar unos por otros para que seáis curados (ἰαθῆτε, 5.13s), él no recuerda nada de lo que había dicho Jesús al respecto (Mt 21.22, Mc 11.24), ni que Jesús curó (ἰάσατο, Lc 9.42) a un niño con oración (προσευχῇ) y ayuno (Mc 9.29), y en cambio, para ilustrar el poder de la oración, traspone hasta la meteorología de Elías. Y cuando habla del salario de los obreros (ὁ μισθὸς τῶν ἐργατῶν) ¡tampoco se acuerda de la frase del evangelio de Lucas y de 1 Timoteo! (ὁ ἐργάτης τοῦ μισθοῦ). Más inexplicable sería que él ponga como ejemplo del sufrimiento a los profetas (5.10), y se olvide totalmente del ejemplo de Jesús.
Y si Jesús había existido realmente, ¿qué le impedía decir de Jesús, por la vía directa, lo mismo que dice de Elías (5.17), al que jamás pudo conocer, que era un hombre de la misma naturaleza (ὁμοιοπαθὴς) que nosotros? Lo mismo se dice en Hechos 14.15: también nosotros somos hombres de la misma naturaleza (ὁμοιοπαθεῖς) que vosotros, y la misma pregunta se puede hacer respecto a Jesús si hubiera existido. Si los habitantes de Listra creyeron que los apóstoles Bernabé y Pablo eran dioses semejantes a hombres, ¿qué les impedía decir de Jesús lo que dicen de sí mismos?, en vez de inventarse el absurdo mito de un hombre que había resucitado y que era el Hijo de Dios (Hechos, 9.20), y cuya sangre (αἷμα) querían echar (ἐπαγαγεῖν) sobre los judíos (Hechos, 5.28), acusándolos con saña de haber matado (Hechos, 2.23,36, 3.15, 4.10, 5.30, 7.52) a un hombre que en realidad no mataron, ya que estaba vivo. Lo cual era una horrible calumnia, porque ¿cómo se podía matar a un hombre que no tiene fin de vida (μήτε ζωῆς τέλος ἔχων, Heb 7.3), que no era posible que fuera dominado (κρατεῖσθαι) por la muerte (θανάτου), y cuya carne (σὰρξ) no vió la corrupción (Hechos, 2.24,31)? Evidentemente, una sola crucifixión no fue suficiente para matarlo, y quizás era necesario crucificarlo de nuevo o recrucificarlo, como dice la epístola a los Hebreos (ἀνασταυροῦντας, 6.6), sin olvidar que la carne y la sangre (σὰρξ καὶ αἷμα) no pueden heredar el reino de Dios (1Co 15.50). ¿Y todo esto no olía a mito? Apesta mucho más que la fragancia (εὐωδία) de Cristo (olor de vida para vida, ὀσμὴ ζωῆς εἰς ζωήν, el olor del Semen, Gál 3.16), y el olor de su gnosis (τὴν ὀσμὴν τῆς γνώσεως αὐτοῦ, 2Co 2.14s). Y para estas cosas ¿quién es suficiente? (ἱκανός). Y si Jesús había sido un hombre real, ¿no sería él mismo suficiente, el más ikanós? ¿De dónde les venía el olor de su gnosis? Del mito ciertamente, y no de un hombre histórico, puesto que ellos afirman, aquí mismo, que hablamos en Cristo como de Dios o de parte de Dios (ὡς ἐκ θεοῦ, 2Co 2.17), y que nuestra suficiencia (ἱκανότης) proviene de Dios (ἐκ τοῦ θεοῦ), y no de un hombre (no.., como de nosotros mismos, οὐχ... ὡς ἐξ ἑαυτῶν, 2Co 3.5).
2. neque autem natum, neque incarnatum dicunt illum, alii vero neque figuram eum assumsisse hominis.
San Ireneo, Adversus haereses, 3.11.8.
dicen que él no nació ni se encarnó, otros que ni siquiera asumió la figura de hombre.
Christum autem non in substantia carnis fuisse.
Pseudo-Tertuliano, Libellus adversus omnes haereses, 2.4.
Cristo no ha existido en la sustancia de la carne.
3. Estas son las ciudades, regiones o provincias que se mencionan en las epístolas:
Acaya           — 8 veces: Ro 15.16, 16.5, 1Co 16.15, 2Co 1.1, 9.2, 11.10, 1Te 1.7, 1.8
Antioquía     — 2 veces: Gál 2.11, 2Ti 3.11
Atenas          — 1 vez: 1Te 3.1
Arabia          — 2 veces: Gál 1.17, 4.25
Asia              — 4 veces: 1Co 16.19, 2Co 1.8, 2Ti 1.15, 1Pe 1.1
Babilonia      — 1 vez 1Pe 5.13
Bitinia           — 1 vez: 1Pe 1.1
Capadocia    — 1 vez: 1Pe 1.1
Cencreas      — 1 vez: Ro 16.1
Cilicia           — 1 vez: Gál 1.21
Colosas        — 1 vez: Col 1.2
Corinto         — 3 veces: 1Co 1.2, 2Co 2.23 2Ti 4.20
Creta             — 1 vez: Ti 1.5
Dalmacia      — 1 vez: 2Ti 4.0
Damasco      — 2 veces: 2Co 11.32, Gál 1,17
Éfeso            — 6 veces: 1Co 15.32, 16.8, Ef 1.1, 1Ti 1.3, 2Ti 1.18, 4.12
Egipto          — 5 veces: Heb 3.26, 8.9, 11.26, 11.27, Ju 5
España         — 2 veces: Ro 15.24, 15.28
Filipos          — 2 veces: Fi 1.1, 1Te 2.2
Galacia         — 4 veces: 1Co 16.1, Gál 1.2, 2Ti 4.10, 1Pe 1.1
Gomorra      — 3 veces: Ro 9.29, 2Pe 2.6, Ju 7
Hierápolis    — 1 vez: Col 4.13
Iconio           — 1 vez: 2Ti 3.11
Ilírico            — 1 vez: Ro 15.19
Italia             — 1 vez Heb 13.24
Jerusalén    — 11 veces: Ro 15.19, 15.25, 15.26, 15.31, 1Co 16.3, Gál 1.17, 1.18, 2.1, 4.25, 4.26, Heb 12.22
Judea            — 4 veces: Ro 15.31, 2Co 1.16, Gál 1.22, 1Te 2.14
Laodicea       — 4 veces: Col 2.1, 4.13, 4.15, 4.16
Listra            — 1 vez 2Ti 3.11
Macedonia   — 14 veces: Ro 15.26, 1Te 1.7, 1.8, 4.10, 1Co 16.5 bis, 2Co 1.16 bis, 2.13, 7.5, 8.1, 11.9, Fi 4.15, 1Ti 1.3
Nicópolis       — 1 vez: Ti 3.12
Ponto             — 1 vez: 1Pe 1.1
Roma             — 3 veces: Ro 1.7, 1.15, 2Ti 1.17
Siria               — 1 vez: Gál 1.21
Salem            — 2 veces: Heb 7.1, 7.2
Sodoma         — 3 veces: Ro 9.29, 2Pe 2.6, Ju 7
Tesalónica    — 2 veces: Fi 4.16, 2Ti 4.10
Troas             — 2 veces: 2Co 2.12, 2Ti 4.13
4. El autor de la epístola de Bernabé relaciona explícitamente el séptimo día con el fin del mundo, cuando serán finalizadas o concluidas todas las cosas (ἔτεσιν συντελεσθήσεται τὰ σύμπαντα), y dice que en ese día es cuando vino el Hijo de Dios (ὅταν ἐλθὼν ὁ υἱὸς αὐτοῦ, Ber 15.4,5), y el de Hebreos equipara explícitamente el séptimo día con otro día: Hoy (σήμερον, Heb 4.4,7-9). Ahora ... en el fin de los tiempos (νῦν... ἐπὶ συντελείᾳ τῶν αἰώνων, Heb 9.26, Mt 13.39,40,49, 24.3, 28.20). Por tanto, la parusía o venida de Jesús, que nunca ocurrió, tenía que ocurrir en su tiempo, es decir, en el fin del mundo, y por esto el ficticio Jesús de los evangelios resucita, porque ellos situaban la resurrección en el fin del mundo (la trompeta final, ἐν τῇ ἐσχάτῃ σάλπιγγι, 1Co 15.52, Jn 6.39), y el fin del mundo seguiría a la parusía de Cristo (Χριστοῦ ἐν τῇ παρουσίᾳ αὐτοῦ, εἶτα τὸ τέλος, 1Co 15.23). Por tanto, la primera parusía era también la última. Pero como Cristo no vino realmente, la parusía se duplicó: la que tenía que haber sucedido en su tiempo (no pasará esta generación hasta que todas estas cosas sucedan, Mc 13.30 par.), y que en realidad no ocurrió —porque entonces no estaríamos aquí—, y la que ocurriría en el fin del mundo que los cristianos primitivos —los gnósticos— se habían inventado a su manera, aunque según ellos faltaban menos de cuatro meses para la siega, que es el fin del Tiempo, y después de veinte siglos el que siembra el buen semen (qui seminat bonum semen) debe de estar harto de tener el bieldo en su mano (Jn 4.35, Mt 3.12, 13.37,39). Pero además había otra parusía intemporal, que ellos situaban en el tiempo mítico de Abraham (antes que Abraham naciera, yo existo, Jn 8.58), y de Moisés, ya que Jesucristo es el mismo ayer, hoy, y por los siglos (Heb 13.8), y lo identificaban con el Ángel del Señor, o Ángel de Dios (ἄγγελος κυρίου, ἄγγελος τοῦ θεοῦ), el que le habló a Agar, a Abraham, y a Jacob (Gén 16.7-11, 21.17; 22.11,15; 31.11), y el que se le apareció a Moisés en la zarza del Sinaí y en el paso del Mar Rojo (Ex 3.2, 14.19, Hechos, 7.30,35; 27.23). Ver nota 16, y El Falo de Egipto, nota 14.
Todas las ficticias teofanías del Antiguo Testamento las atribuían los cristianos primitivos, sin ningún escrúpulo, al Logos o Hijo de Dios, lo que demuestra que los que se inventaron la historia del Hijo de Dios no estaban hablando de un hombre histórico, sino de un mito, que se aparecía en figura de hombre. Y así, Eusebio abre su ficticia Historia eclesiástica diciendo que el Logos o Hijo de Dios, al que llama, entre otras fantasías, el Ángel del gran Consejo (τὸν τῆς μεγάλης βουλῆς ἄγγελος, Is 9.6), y sustancia viviente precósmica (οὐσία τις προκόσμιος ζῶσα, el Semen cósmico o Luz), se apareció en figura de hombre (ἐν ἀνθρώπου ὁρώμενος σχήματι  / ἐν ἀνδρὸς φανέντα σχήματι) a Abraham, a Jacob, a Josué, y a Moisés (HE, 1.2.5s).
A este respecto, no se debe olvidar que el autor de 1 Corintios identifica explícitamente a Cristo con la roca de la que Moisés hizo brotar agua (la roca era Cristo, 1Co 10.4), y el autor del evangelio de Juan identifica tres veces a Jesús con el maná (Jn 6.31,35—48,49,51—58). El autor del evangelio de Mateo, que habla de la parusía del Hijo del hombre (ἡ παρουσία τοῦ υἱοῦ τοῦ ἀνθρώπου, 24.27) como si no existiera o no estuviera allí mismo, dice que en el fin del Tiempo (ἐν τῇ συντελείᾳ τοῦ αἰῶνος) el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que no solo eran unos expertos segadores, sino también unos excelentes músicos (13.40,41; 24.31). Según el autor de 1 Tesalonicenses, que menciona cuatro veces la parusía, será el mismo Jesús el que descenderá del cielo, con voz de Arcángel y con trompeta de Dios (4.16. En Mateo, la voz de Arcángel (φωνῇ ἀρχαγγέλου) se convierte en voz de trompeta, σάλπιγγος φωνῆς), aunque los evangelios no dicen que tocara la trompeta mientras predicaba que el reino de Dios se acerca (Mc 1.15, Lc 10.9,11). San Epifanio empeora el problema, pues dice que la gran trompeta era la voz santa del Señor en el evangelio (σάλπιγξ δὲ μεγάλη ἡ ἁγία φωνὴ τοῦ κυρίου ἐν τῷ εὐαγγελίῳ, Panarion, 51.32). De este modo, él confundía también las dos parusías, puesto que se trata de la trompeta final, y en el último día (ἐν τῇ ἐσχάτῃ ἡμέρᾳ, cita explícitamente Is 27.13, y mezclados 1Co 15.52 y 1Te 4.16), lo que demuestra que estaba hablando de un mito y que la primera parusía no había ocurrido realmente. Sobre la parusía y lo que Orígenes decía al respecto, véase El Falo cósmico solar: Dios omnipotente.
5. Ro 6.3, Gál 3.27. Ser bautizado con pneuma o espíritu y ser bautizado en Cristo eran exactamente lo mismo: ser bautizado con semen, que era, según la definición de los estoicos, agua con pneuma.
6. Ἐγὼ γὰρ οὐχ ὑπολαμβάνω τὸν αἰσθητὸν οὐρανὸν ἀνεῷχθαι. Contra Celso, 1.48
Porque yo no pienso que el cielo sensible se abrió.

Ver Jesús nunca existió 2, donde he traducido este párrafo de Contra Celso
7. Esta orden explícita y repetida cayó en el vacío. ¿Por qué dejaron los cristianos de profetizar, si tenían la orden de hacerlo? Por cierto, sabemos que había profetisas entre los cristianos primitivos (Hechos, 21.9), así que es bastante extraño que aquí mismo se diga que las mujeres callen (1Co 14.34).
8. La palabra significa las dos cosas en griego, y el autor juega con esos dos significados. El autor le pide a los corintios que se vacíen los bolsillos con una gracia descomunal o desmesurada (ὑπερβάλλουσαν χάριν, 2Co 9.14).
9. Hay que advertir que el Jesucristo del que aquí se habla no podía ser un hombre histórico, ni hacerse pobre tenía el sentido de gastar las riquezas reales, ni ser rico significaba tener muchas riquezas o ser millonario, pues el ficticio Jesús jamás estuvo en Corinto, ni los evangelistas dicen que tuviera riquezas o que fuera millonario, antes al contrario pensaban que el reino de Dios era de los pobres, y no de los ricos (Mc 10.25, Lc 6.20,24).
10. Como comparación con este mutismo integral, san Ireneo, cuando atacaba a los gnósticos por cobrar grandes sumas, o salarios (μεγάλους μισθοὺς), por la enseñanza de los misterios divinos, inmediatamente acudía a estas mismas palabras de Jesús (Adv. haereses, 1.4.3).
11. διδασκαλία, διδαχή:
Ro 6.17, 12.7, 16.17, 1Co 4.17, 14.6,26, Ef 2.7, 1Ti 1.10, 4.6,13,16; 2Ti 3.10, 4.2, Ti 1.9, 1.9, 2.1,7, 2Jn 9bis,10.
12. Mt 4.23, 5.1,2, 9.35, 13.54, 21.23, 26.55, Mc 1.21, 4.1, 6.2, 12.35, 14.49, Lc 4.15, 5.3, 6.6, 13.10, 20.1, 19.47, 21.37, Jn 6.59, 7.14,28, 8.2, 18.20.
13. Ver El Falo cósmico: el Padre de todos, nota 28.
14. Reina-Valera traduce ἐν κόπῳ καὶ μόχθῳ ... ἐργαζόμενοι, obrando con trabajo y fatiga.
Las palabras κόπος y κοπιάω, que es el verbo que utilizan los autores de Mateo y Lucas en el ejemplo de los lirios, tienen la misma raíz. La palabra κόπος significa golpe, fatiga, y también trabajo, labor (ὁ κόπος ἡμῶν, nuestro trabajo, 1Te 2.9, 3.5). Y el verbo κοπιάω significa estar cansado o cansarse, trabajar, obrar, y más en concreto, laborar (Jn 4.38, 2Ti 2.6),  faenar (Lc 5.5).
15. 1Co 15.10, 16.16;  Fi 2.16, Col 2.29, 1Te 2.9, 5.12, 1Ti 4.10.
16. Ut sementem feceris, ita metes, Cicerón, De Oratore, 2.65
como hayas sembrado, así segarás (lit. como hagas la sementera).
17. Como el camino de Caín, el error de Balaam, la contradicción de Coré, lo que profetizó Henoc, Sodoma y Gomorra, y Jesús, que salvó al pueblo ¡de la tierra de Egipto!: Ἰησοῦς λαὸν ἐκ γῆς Αἰγύπτου σώσας (Ju 5). Esta es la lectura del Codex Alexandrinus, del Codex Vaticanus, y de la Vulgata: Jesus populum de terra Aegypti salvans.
18. Por supuesto, aunque los autores de las epístolas hablan de ovejas descarriadas, de los descarriados (πλανώμενοι, 1Pe 2.25; Hb 5.2; 2Ti 3.13; Ti 3.3), y de los perdidos (ἀπολλυμένοις, 1Co 1.18; 2Co 2.15, 4.3; 2Te 2.10), no saben nada de la parábola de la oveja descarriada o perdida (πλανώμενον, ἀπολωλός, Mt 18.12, Lc 15.4,6), ni de la que se cae en un hoyo (Mt 12.11) ni de las ovejas perdidas de la casa de Israel o de las que no tienen pastor (Mt 10.6, 15.24; Mc 6.34), ni de la puerta de las ovejas (Jn 10.7), ni de los que vienen con vestidos de ovejas (Mt 7.25), a pesar de que ellos también hablan de los falsos profetas (2Pe 2.1; 1Jn 4.1) y de falsos apóstoles (2Co 11.13).
19. Es decir, esto no ocurrió realmente, pues entonces ya no sería según semejanza (καθ’ ὁμοιότητα), ni sería semejante (ὁμοιωθῆναι) en todo a los hermanos (Heb 2.17). No se está hablando aquí de un hombre real, sino del esperma de Abraham (σπέρματος Ἀβραὰμ, semen Abrahæ, Heb 2.16), y del Semen o Hijo de Dios: ambos eran lo mismo, porque todos proceden de uno solo (ἐξ ἑνὸς πάντες, Heb 2.11). Para el autor de Hebreos Jesús no había sido un hombre real, porque entonces no podría hacer la distinción que hace cuando dice que la ley pone como sumos sacerdotes a hombres que tienen debilidad, pero la palabra del juramento, al Hijo (Heb 7.28). Ver Jesús nunca existió 3, nº 6.



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1 comentario:

Ernesto dijo...

Genial, como siempre

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